Las veinticuatro horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Las 24 Horas de la Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo por Luisa Piccarreta, la Pequeña Hija de la Divina Voluntad
† Cuarta Hora
De 8 a 9 PM †
La Cena Eucarística

Preparación antes de cada hora
Jesús, mi dulce amor! Como tu amor por nosotros nunca es suficiente para ti, veo que te levantas de la mesa al final de la Última Cena y cantas con tus queridos discípulos el himno de acción de gracias al Padre en expiación por la ingratitud de las criaturas. Así percibo, oh Jesús, que en todo lo que haces y en todo lo que toca a ti, tienes estas palabras en los labios: “¡Gracias te sean dadas, mi Padre!” Tomo estas palabras de tus labios. Siempre y en todas partes quiero decir: “¡Gracias por mí y por todos!” para suplir la falta de acción de gracias.
Mi Jesús, tu amor aún no descansa. Te oigo llamar a tus discípulos para que se sienten nuevamente. Tomas una jofaina, te ciñes con un lienzo y te postras ante los pies de tus discípulos en una postura tan humilde que atraes la mirada del cielo entero y lo asombras. Incluso los apóstoles observan conteniendo el aliento. Pero dime, mi querido, ¿qué haces? Y ¿cuál es este acto de la más profunda humildad, una humildad como nunca se ha visto ni se verá jamás?
“Oh hijo del hombre”, responde Jesús postrado ante los pies de los apóstoles, "solo deseo sus almas¹ y con lágrimas ideo un ardid de amor para atarlas a Mí. Con el símbolo de tu agua mezclada con mis lágrimas, quiero purificar sus almas de toda imperfección y prepararlas para recibirme en el gran Sacramento. Este acto de purificación me es tan querido que no lo quiero encomendar ni a los ángeles ni a mi Querida Madre. Yo mismo quiero purificar las almas de mis apóstoles para hacerlas dignas de recibir el fruto del Santísimo Sacramento. De este modo quiero enmendar todos los buenos trabajos, pero especialmente la administración de los sacramentos, que se realizan con espíritu de indiferencia y no en el Espíritu de Dios. ¡Oh, cuántos buenos trabajos se hacen que me causan más deshonra que honor, más amargura que placer, muerte antes que vida!² Precisamente estas ofensas son las que más me afligen. Mi alma, enumera todas las ofensas infligidas a Mí. Haz reparación con mis actos de expiación para consolar mi Corazón, sumido en amargura."
¡Mi Jesús afligido! Haceré mi vida la tuya para expiar tantas ofensas. Quiero entrar en los rincones más ocultos de Tu divino corazón para expiar con el Tuyo las ofensas que se Te infligen por aquellos a quienes Tú amas más. Quiero seguirte en todo y, unido a Ti, ir a todas las almas que quieran recibirte en la Eucaristía y entrar en sus corazones. ¡Oh Jesús! Con Tus lágrimas y el agua con la cual lavaste los pies de los apóstoles, lavemos las almas que han de recibirte. Limpiemos sus corazones, sacudamos el polvo del cual están manchados e inflamémoslos para que Te complazcas en ellos. Mientras Tú lavas los pies de Tus discípulos con celo amoroso, te miro y veo que otro dolor traspasa Tu corazón. Los apóstoles representan a todos los futuros hijos de la Iglesia, pero también, por su imperfección, todos los males que ocurrirán en ella; así sigue el curso de tus sufrimientos. Uno simboliza debilidades, otro engaños; uno es símbolo de hipocresía, otro del exceso amor al provecho terrenal. En Pedro encontramos las resoluciones no firmes, las ofensas de muchos líderes eclesiásticos; en Juan la debilidad incluso de los más fieles a Ti, pues él también se durmió en el Huerto de los Olivos después de haber descansado contra Tu Corazón, para luego huir; y en Judas todos los apóstatas con todos los graves males que resultan de la apostasía. Tu corazón está abrumado por el dolor y el amor. Como apenas puedes dominar tanto la grandeza del dolor como la grandeza del amor, te detienes a los pies de cada apóstol, derramando lágrimas, expiando cada una de estas ofensas e intercediendo por fortaleza y firmeza para todos ellos.
¡Jesús mío! Yo también me uno a Ti y hago Tus oraciones y actos de expiación los míos propios. Quiero quedarme contigo, unir mis lágrimas con las Tuyas, para que nunca estés solo, sino siempre tengas conmigo quien comparta tus sufrimientos.
¡Jesús, mi amor! Te veo a los pies del apóstol Judas. Tu respiración es agitada; lloras y sollozas en silencio. Lavas sus pies, los besas, los presionas contra tu corazón. Mientras la voz te falla por el dolor, miras al traidor con lágrimas en tus ojos y le dices a su corazón: "Hijo mío, te ruego con la voz de Mis lágrimas que no tomes el camino del infierno. Dame tu alma, que deseo, postrada a Tus pies. Dime, ¿qué quieres hacer? ¿Qué pretendes hacer? Te daré todo con tal de que no te arruines. ¡Ah! Libérame de este dolor, yo, tu Dios!" Y una y otra vez besas sus pies.³
¡Mi Jesús! Al reconocer la dureza de su corazón, el tuyo se contrae. El amor te abruma; parece que tus fuerzas flaquean. Jesús, mi vida, permíteme sostenerte en mis brazos. Entiendo que estos son artificios de tu amor con los cuales tratas a pecadores obstinados. Pero mientras compadezco y hago reparación por las ofensas que recibes de tales almas, te pido que me permitas caminar sobre la tierra unida contigo para ofrecer el don de tus lágrimas a los pecadores endurecidos; así sus corazones se ablandarán. Te pido que les des tu amor para atarlos a ti y que ya no puedan escapar de ti. De este modo, serás compensado por el dolor causado por la caída de Judas.
¡Jesús, amigo y deleite de mi corazón! Veo que tu amor sigue su curso, arrastrándote con él. Te levantas y te acercas a la mesa con anhelo, donde ya están preparados el pan y el vino para la consagración. Tus divinas facciones adoptan una expresión tan tierna, tan amadora, como nunca antes se había visto. Tus ojos brillan más que el sol; tu rostro enrojece y resplandece, un gozo celestial juega alrededor de tus labios, todo tu ser exterior adquiere la majestad del Creador.
Te veo, mi amor, transfigurado. Tu divinidad brilla a través del velo de tu humanidad. La visión de ti, como nunca antes se había visto, atrae la atención de todos. Los apóstoles son invadidos por una dulce alegría y apenas osan respirar; tu graciosa Madre se encuentra en espíritu a tu mesa para contemplar las maravillas de tu amor. Los ángeles descienden del cielo. Es como si se preguntaran unos a otros: “¿Qué es esto? ¿No es este el exceso, la locura del amor? Un Dios no crea un nuevo cielo o una nueva tierra, sino que se da a sí mismo una nueva existencia transformando la materia perecedera de un poco de pan y vino en el cuerpo y sangre de su humanidad.” ¡Oh, amor insaciable! Mientras todos los discípulos están reunidos alrededor tuyo, te veo tomar el pan en tus santas manos y ofrecérselo al Padre. Oigo tu dulce voz diciendo: "Padre Santo, gracias porque siempre escuchas a Tu Hijo. Padre Santo, obra conmigo. Ahora me enviaste del cielo a la tierra para convertirme en hombre en el seno de una virgen y salvar a nuestros hijos. Permíteme ahora que la “Palabra” se convierta en carne en cada Hostia para continuar con la salvación de los hijos de los hombres y ser la vida de toda alma. Mira, Padre, solo me quedan unas pocas horas. ¿Cómo podría ser tan despiadado como para dejar a mis hijos solos y huérfanos! Numerosos son sus enemigos, numerosas sus pasiones, densas las tinieblas de sus mentes, grande la debilidad de sus corazones a los que están sujetos. ¿Quién vendrá en su ayuda?
Os ruego, permitidme permanecer en cada anfitrión para preservar la vida de mis hijos, ser su luz, fuerza y poder. ¿Adónde más irán? ¿Quién será su guía? Las obras de nuestras manos son eternas; no puedo resistir mi amor, no puedo ni quiero dejar solos a mis hijos."
El Padre se conmueve con vuestras palabras inflamadas de amor y desciende del cielo. Ahora el Padre y el Espíritu Santo están con vosotros en la mesa del altar, mi Jesús! Ahora pronunciáis las palabras de consagración con una voz clara e impresionante. Sin vaciaros a vos mismo, os hacéis presente en cada pan y vino de manera sacramental.
¡Mi Jesús! Los cielos se inclinan y os ofrecen un acto de adoración en el nuevo estado de la más profunda humillación. Ahora vuestro amor está satisfecho. Veo todas las sagradas formas consagradas sobre el altar hasta el fin de los tiempos. Pero tantas formas están entrelazadas con la corona de vuestra dolorosa Pasión, porque tantos recompensan el exceso de vuestro amor solo con el exceso de ingratitud, incluso crímenes atroces.
Jesús, corazón de mi corazón! Siempre quiero estar contigo en cada tabernáculo, en cada cáliz, en cada Sagrada Forma, para poder ofrecerte mis actos de reparación por todas las ofensas infligidas contra ti en el sacramento del amor.
Jesús, te contemplo en la Hostia consagrada; beso tu frente con mi mente, donde se entrona la majestad de la Divinidad, pero también siento los pinchazos de tu corona de espinas. ¡Oh!, cuántas almas hay que no os ahorran los pinchazos de las espinas incluso en la Hostia! En lugar de ofreceros el homenaje de buenos pensamientos, vienen con malos pensamientos. Vos inclináis nuevamente vuestra cabeza como en vuestra Pasión; recibís y soportáis las punzadas que causan a vosotros las espinas de sus malos pensamientos. ¡Mi amor!, me acerco para compartir tus sufrimientos. Recibid todos mis pensamientos en tu espíritu para alejar esas espinas que os causan tan amargo dolor. Que cada uno de mis pensamientos se funda con cada uno de los vuestros, a fin de expiar todo mal pensamiento y así consolaros.
Jesús, mi mayor bien! Veo la mirada amorosa de tus hermosos ojos vuelta hacia aquellos que aparecen ante vosotros. Exige una mirada amorosa en retorno. Pero cuántos se presentan ante el Santísimo Sacramento y miran otras cosas que los distraen y así os privan del placer que les habría dado una mirada de amor. Vos lloráis, pero mis mejillas también están húmedas por las lágrimas. - ¡Mi Jesús!, llora! Quiero bajar mis ojos a los vuestros. Para compartir tu sufrimiento contigo, para expiar todas las miradas curiosas, te ofrezco mis ojos que siempre deberían estar dirigidos hacia vosotros.
Jesús, veo que escuchas atentamente a tus criaturas para consolarlas. Ellos, por su parte, recitan sus oraciones sin devoción, de manera habitual y sin confianza. Y tu oído sufre más en esta hueste que en tu Pasión. Mi Jesús, quiero hacerte escuchar todas las armonías del cielo, unir mi oído al tuyo, compartir tus sufrimientos, consolarte y reparar.
Jesús, mi vida! Veo tu santísimo rostro húmedo de gotas de sangre, desfigurado y pálido. Tus criaturas se presentan ante el bien supremo expuesto. Pero en lugar de darte el honor debido, parece que te dan bofetadas y ensucian tu rostro con su comportamiento indecente e improperio conversación. Como en tu Pasión, aceptas estas indignidades en paz y paciencia y las soportas. Jesús, quiero acercar mi rostro al tuyo, no solo para ser objeto del deshonor que te muestran, sino también para compartir todo tu dolor contigo. Con mis manos quiero limpiar tu rostro de los mancillamientos, apretarte contra mi corazón. De todo mi ser me gustaría hacer tantas partes y colocarlas ante tus ojos como almas hay que te honran. Quiero transformar todos mis impulsos y movimientos en tantos genuflexiones para expiar sin cesar la irreverencia que las criaturas han mostrado hacia ti.
¡Mi Jesús! Cuando vienes a los hijos de los hombres en el Santísimo Sacramento, te ves obligado a acostarte sobre tantas lenguas impuras, malas y blasfemas. ¡Oh, cuán amargo para ti! Te parece como si estuvieras siendo envenenado por estas lenguas. Es aún peor cuando desciendes a sus corazones. Si fuera posible, aceptaría gustosamente estas lenguas para convertir todos sus discursos pecaminosos, que te ofenden tanto, en palabras de alabanza.
Jesús, mi bien supremo! Veo tu cabeza tan cansada, agotada y completamente consumida por tu actividad amorosa. Dime, ¿qué haces? Y me respondes: "¡Hijo mío! Debo habitar en la Hostia consagrada desde la mañana hasta la noche para forjar cadenas de amor. Cuando vienen las almas, las ato a mi Corazón. Pero ¿sabes qué hacen entonces? Muchos se liberan por la fuerza y rompen en pedazos las cadenas de mi amor. Como estas cadenas están atadas a mi Corazón, sufre tormentos indecibles. Al romper mis cadenas, deshacen mis trabajos de amor, dejan que las criaturas les pongan cadenas y las usen para alcanzar sus fines. Aun lo hacen en mi presencia. Tal comportamiento me aflige hasta tal punto que moriría de dolor si estuviera en un estado capaz de sufrir." - ¡Cómo sufro contigo, mi Jesús! Tu corazón está expuesto a tanto tormento. Así que te pido que pongas sobre mi corazón esas cadenas que otros rompen, para recompensarte con mi amor y consolarte por las ofensas que las almas te infligen.
¡Mi Jesús! Tan poderoso y majestuoso es el fuego que arde en tu corazón que deseas dar salida a sus llamas y enviar flechas de amor a los corazones. Muchos, sin embargo, las desvían y devuelven con flechas, lanzas y proyectiles de frialdad, tibieza e ingratitud. ¡Cuánto motivo tienes, mi Jesús, para llorar amargamente por esto! Ahora mira mi corazón preparado para recibir no solo aquellas flechas de amor que están destinadas a mí, sino también las que otras almas rechazan. Expiaré la frialdad, tibieza e ingratitud que recibes de estas almas.
Jesús, beso tu mano izquierda y así quiero expiar todos los avances ilícitos y actos indecorosos que ocurren en tu presencia. Te pido que siempre me mantengas cerca de tu corazón. Gloria al Padre...
Jesús, beso tu mano derecha y con ella quiero expiar todos los sacrilegios, incluidos aquellos cometidos por sacerdotes que celebran en un estado indecoroso. ¡Cuántas veces te ves obligado a descender del cielo a manos indignas y corazones! Aunque te resulte repugnante encontrarte en tales manos, tu amor te compel a hacerlo una y otra vez. Sí, algunos de tus siervos renuevan tu Pasión, renuevan el asesinato de Dios con sus ofensas y sacrilegios. Jesús, me horroriza solo pensarlo. Pero sin embargo, también te colocas en esas manos indignas, como te pusiste en las manos de los judíos durante tu Pasión. Como un cordero manso, esperas la muerte nuevamente, pero también la conversión de los siervos indignos del altar.
Jesús, ¡cuánto sufres! Miras alrededor buscando una mano que te libre de estas manos manchadas de sangre. Si te encuentras en tales manos, te ruego que me llames. Como expiación, quiero rodearte con la pureza de los ángeles, esparcir el aroma de tus propias virtudes a tu alrededor, quitarte la reluctancia de estar en tales manos. Quiero abrir mi corazón para ti como un lugar de salvación y refugio. Y mientras moras en mí en la Santa Comunión, oraré por los sacerdotes, que todos sean dignos en tu servicio.
Jesús, beso tu pie izquierdo y con ello quiero hacer reparación por aquellos que te reciben habitualmente sin la debida disposición del alma. Gloria al Padre...
Jesús, beso tu pie derecho y con ello quiero hacer reparación por aquellos que te reciben solo como una burla. ¡Oh! Si tienen la audacia de hacerlo, entonces te pido que renueves el milagro que obraste en el centurión Longino. Como sanaste su alma y lo convertiste al tocarlo con la sangre que brotó de tu corazón traspasado, así también, por tu toque sacramental a los malvados, transforma los sentimientos de desprecio u odio en amor y a los insultadores en amantes. Gloria al Padre...
Jesús, te adoro y alabo tu bondadoso corazón, en el cual confluyen todas las ofensas. Quiero hacer reparación por todas las ofensas contra la Santísima Eucaristía, darte el amor de los hombres a cambio del tuyo y compartir contigo todos tus sufrimientos. Gloria sea al Padre...
Jesús. Si alguna ofensa escapara a mi reparación, encierrame en tu Corazón y en tu Voluntad como en una prisión, para que pueda hacer reparación por cada ofensa. También pediré a tu Santísima Madre que me tenga siempre con Ella, para poder expiar con Ella todo y por todos. Así dejaremos que las olas de amargura con las cuales la gente te inunda se alejen de ti.
¡Mi Jesús! Recuerda que yo también soy una miserable criatura pecadora. Encierrame en tu corazón y, con las cadenas de tu amor, no solo hazme tu prisionera, sino ata todos mis pensamientos, sentimientos e inclinaciones, manos y pies a ti, para que no tenga otras manos ni otros pies más que los tuyos. Que tu corazón sea mi prisión, mis cadenas forjadas por el amor, tus llamas mi alimento, tu aliento mío. Sea tu Santísima Voluntad las barras que me impidan salir de mi prisión. Entonces sentiré solo fuego y veré solo llamas. Te daré mi vida. Mientras permanezca contigo en la cárcel, tendrás tu libertad en mí. ¿No es esta tu intención cuando te encierras en la Hostia para recibir tu libertad de las almas que te reciben, a fin de desplegar tu vida en ellas? Ahora béndigeme como señal de tu amor. Da a mi alma el beso místico del amor mientras me regocijo en tu abrazo. Gloria sea al Padre...
¡Dulce Corazón de Jesús! Cuando instituiste la Santísima Eucaristía y viste con tu espíritu la ingratitud gritona e insultos por parte de tus criaturas, no obstante, no te echaste atrás. Aunque estés herido y empapado en amargura, sumerges todo en la inmensidad de tu amor. Después de enseñar a tus apóstoles y añadir que ellos también debían hacer lo que tú hiciste, los consagras como sacerdotes dándoles el poder para consagrarse. De esta manera piensas en todos los sacerdotes al mismo tiempo y creas un medio para expiar todo.
Al final de la Última Cena, llevaste a tus apóstoles contigo y te dirigiste al Huerto de Getsemaní, donde debía comenzar tu Pasión. Te sigo por todas partes, mi Jesús, para hacerte compañía fielmente. Mientras caminas, quiero hacer reparación por todos los almas que abandonan la Iglesia con mentes dispersas y distraídas; también quiero pedirte que des luz y gracia a aquellos sacerdotes que no sacan provecho alguno de las acciones sagradas porque no hacen buen uso de los medios de gracia.
Reflexiones y Prácticas
por el St. P. Annibale Di Francia
Jesús está oculto en la Hostia para dar Vida a todos. En su ocultación, abraza todos los siglos y da Luz a todos.
De la misma manera, escondiéndonos en Él, daremos vida y luz a todos con nuestras oraciones y reparaciones, incluso a los herejes y a los infieles, porque Jesús no excluye a nadie.
¿Qué debemos hacer en nuestra ocultación? Para parecernos a Jesucristo, debemos ocultar todo en Él; es decir, pensamientos, miradas, palabras, latidos del corazón, afectos, deseos, pasos y obras; incluso nuestras oraciones—debemos escondérselas en las Oraciones de Jesús. Y así como el Amado Jesús abraza todos los siglos en la Eucaristía, nosotros también lo haremos. Apegados a Él, seremos el pensamiento de toda mente, la palabra de toda lengua, deseo de todo corazón, paso de todo pie, obra de todo brazo. Haciendo esto, desviaremos del Corazón de Jesús todos los males que todas las criaturas querrían hacerle, tratando de sustituir este mal con todo el bien que podamos hacer, y de tal manera que presionemos a Jesús para dar salvación, santidad y Amor a toda alma.
Para corresponder a la Vida de Jesús, nuestra vida debe estar completamente conformada a la suya. El alma debe tener la intención de estar en todos los tabernáculos del mundo para acompañarlo continuamente y darle alivio y reparación continua; e con esta intención hacer todas las acciones del día. El primer tabernáculo está dentro de nosotros, en nuestro corazón; por lo tanto debemos prestar gran atención a todo lo que el Bueno Jesús quiere hacer en nosotros. Muchas veces, estando en nuestro corazón, Jesús nos hace sentir la necesidad de oración. ¡Ah!, es Jesús quien quiere orar y nos quiere con Él, casi identificándose con nuestra voz, con nuestro afecto y con todo nuestro corazón para que nuestra oración sea una con la suya! Y así, para dar honor a la Oración de Jesús, estaremos atentos a darle todo nuestro ser, para que el Amado Jesús eleve Su Oración al Cielo para hablar con el Padre e renovar en el mundo los efectos de su propia Oración.
Debemos prestar atención a cada uno de nuestros movimientos interiores, porque el Bueno Jesús ahora nos hace sufrir, ahora quiere que oremos, ahora nos coloca en un estado interior y luego en otro, para repetir Su misma Vida en nosotros.
Supongamos que Jesús nos coloca en la circunstancia de ejercer paciencia. Él recibe ofensas tan graves y numerosas por parte de las criaturas, que se siente movido a recurrir a castigos para golpear a las criaturas. Y aquí nos da la oportunidad de ejercer paciencia. Y debemos darle honor, soportando todo con paz, tal como lo hace Jesús. Y nuestra paciencia arrebatará de Sus Manos los castigos que otras criaturas atraen hacia Él, porque Él ejercitará Su propia Divina Paciencia dentro de nosotros. Y así como con la paciencia, lo mismo ocurre con todas las demás virtudes. En el Sacramento, Jesús Amoroso ejerce todas las virtudes; de Él sacaremos fortaleza, docilidad, paciencia, tolerancia, humildad y obediencia.
Buen Jesús nos da Su Carne para alimento, y nosotros le daremos nuestro amor, voluntad, deseos, pensamientos y afectos para su sustento. De esta manera competiremos con el Amor de Jesús. No dejaremos que nada entre en nosotros que no sea Él; por lo tanto, todo lo que hagamos—todo debe servir para nutrir a nuestro amado Jesús. Nuestro pensamiento debe alimentar al Pensamiento Divino—that is, pensando que Jesús está escondido en nosotros y desea la nutrimentación de nuestro pensamiento. Así, pensando de manera santa, nutriremos el Pensamiento Divino. Nuestras palabras, latidos del corazón, afectos, deseos, pasos, obras—todo debe servir para nutrir a Jesús. Debemos colocar la intención de alimentar a las criaturas en Jesús.
O mi Dulce Amor, en esta hora Te transustanciaste en pan y vino. O por favor, O Jesús, que todo lo que yo diga y haga sea una consagración continua de Ti mismo en mí y en las almas.
Dulce Vida mía, cuando entras en mí, que cada latido mío, cada deseo, cada afecto, pensamiento y palabra sienta el poder de la Consagración Sacramental de tal manera que, siendo consagrado, todo mi pequeño ser se convierta en tantas hostias para darte a las almas.
O Jesús, Dulce Amor mío, sé Tu pequeña hostia para encerrar en mí, como una Hostia Viviente, todo de Ti mismo.
¹ Inicialmente el de los apóstoles
² A través de cada pecado mortal, y así también a través de cada comunión indigna, el Salvador es, según las palabras del Apóstol Pablo, crucificado nuevamente; por lo tanto, como si fuera entregado nuevamente a la muerte.
³ Cf. “La Ciudad Mística de Dios”, por María de Ágreda. Vol. II, T.II, B.6, C.10.
Oraciones, Consagraciones y Exorcismos
La Reina de la Oración: El Santo Rosario 🌹
Oraciones diversas, Consagraciones y Exorcismos
Oraciones de Jesús Buen Pastor a Enoc
Oraciones para la Preparación Divina de los Corazones
Oraciones de la Sagrada Familia Refugio
Oraciones de otras Revelaciones
Oraciones de Nuestra Señora de Jacarei
Devoción al castísimo Corazón de San José
Oraciones para unirse al Amor Santo
La Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María
† † † Las veinticuatro horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
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